11.7.14

Borges y las imágenes GIF



Apagué la computadora. Estaba exhausto. Había estado trabajando en una suerte de poemario. Diagramando, a un par de días para echar a andar la imprenta; algo situado entre la informalidad de la plaquette, y la edición considerada más seria, pero sencilla y todavía no demasiado costosa.

Así que, abrí una cerveza, me dirigí al cuarto de la televisión donde la imagen de Isidoro Borges cuelga montada en un poster de la pared -un recuerdo de Karen-, y me eché sobre un mueble ad hoc, encendiendo la pantalla con un gesto que quiso ser elegante, al pulsar el control remoto. (Siempre me pareció inquietante, por decir lo menos, la posibilidad de que el viejo Borges ”atisbara“ la programación por encima de mis hombros, o que estuviera escuchando.)

Inmediatamente pude constatar que me encontraba, o cansado, o más o menos tomado (lo que no entendía bien, pues no recordaba haber bebido tanto, si acaso unas cuantas latas), o las dos cosas.

Como dijo Pinky en el disco del enladrillado, atolondrado pero con confort. Planos de colores sólidos que representan volúmenes y relieves, se movían con dinamismo atravesando la así llamada pantalla, desde la que también brotaban sonidos de una música áspera y rockera. Música que servía de trasfondo a las voces estentóreas, casi gritos, con los que se identificaba el canal, junto a una consigna, como complemento y/o subtítulo de la empresa, del patrocinio. Algo así como “vamos a ganar”.

Supe que me encontraba viendo un canal deportivo, que se había quedado ahí, en el dial de la televisión, colgado desde la última vez que estuve haciendo lo mismo: buscando una distracción cómoda después de un esfuerzo continuado. Generalmente no veo los deportivos. De hecho, generalmente no veo la televisión tanto. Cuando lo hago, veo las películas de tercera que ahí se re-transmiten, pero deportes casi no. Sin embargo, en esta ocasión, no le cambié.

Mi atención había quedado, por así decirlo, como enganchada del va-y-viene del riff de la cortinilla identificatoria, unos acordes bastos de una guitarra con distorsión que se mezclaban con percusiones también con distorsión. Escuchaba eso pero no consciente. O no muy consciente. O sí. Es decir, eran muchas las impresiones registrándose. Se me ocurre: no tanto lo mullido de los cojines, y tal vez más la posición casi horizontal en la que me encontraba. Eso, y la consigna que se repetía, en un tono imperativo, prometiendo que el mundo sería nuestro. Pero también las animaciones, como dije, abstracciones difusas que se movían y desplazaban sin un fin aparente, una y otra vez.

No sé cuánto tiempo pasé así, pero debe haber sido un rato, como dijo Pinky, abrumado pero chido. “Vamos a ganar”, se repetía monótono sobreimponiéndose al resto de la vorágine digital. La voz, apremiante y ruda, me invitaba al drive. Pero ¿me decía a mí? ¿Era verdad que íbamos a ganar? No era claro el mensaje. ¿O tal vez me estaban amenazando y los que iban a ganar eran ellos?

Entonces comencé a sobreponerme. Y tratar de ubicarme. ¿Estoy borracho?, me dije. Mmm. ¿Qué estoy viendo? Estoy viendo un canal de deportes, ajá; están pasando la cortinilla que los identifica, sí; y estoy esperando para ver qué es lo que sigue ...

Pero la cortinilla volvía a iniciar, con los mismos movimientos y colores desplazándose, que hablaban de una exactitud difusa, fantasmagórica y algo distante; tanto, que después de varias veces perdían el encanto y parecían un poco estúpidos.