6.12.13

productos radicales


Adquirí un reproductor de mp3 -ajá, también es dictáfono- a un precio de no recuerdo si fueron 18 o 25 dólares, lo que me pareció una ganga debido a que se sitúa por debajo de los 30 dólares que cuesta, el que creía, más barato.

Lo que pasa es que es superchino. ¿Es chino? Te digo que es superchino: no brinda ningún tipo de soporte o garantía, es más, ni siquiera tiene marca. Viene con un instructivo que una vez que intentas leerlo piensas que debe tratarse de una broma. Es una hojita plegada impresa por ambos lados con un tipo de letra, se diría, microscópico, que enuncia un contenido sumamente confuso, es decir, not so friendly.

El aparato en sí, se entiende, es de pequeñas dimensiones y está construido con materiales muy ligeros -supongo también que muy baratos- confiriéndole a su estructura una fragilidad a considerar, y a su propietario el temor de que llegue a caerse, o de ejercer demasiada presión al manipularlo, debido a la casi insoportable ligereza que presenta.

A pesar de todo ello, la calidad del sonido reproducido es muy buena y la distorsión es mínima cuando el volumen se sitúa al máximo, y cuando esto es así, quiero decir que se escucha fuerte y claro. Tiene una capacidad de 8 gigas -el doble con lo que cuenta el de 30 dólares. Además la carga de su batería -que se efectúa al conectarlo al ordenador- dura bastante tiempo, y cuando digo esto me refiero a que dura varias horas.

Aunque hay que tratarlo como si se tratara de un insecto delicado -no sé porque pensé en un efemeróptero-, pienso que la elección que condujo a su compra fue, de alguna manera, inteligente. De entonces para acá ha pasado una semana. Vamos a ver cuánto dura.