17.10.14

CELOFÁN



Hace dos o tres noches, estuve pensándolo. El momento en que asumí  la poesía, y no tanto el arte contemporáneo, esa medusa. Me refiero al surgimiento de una imagen poética a partir de una instalación improvisada y, hasta cierto punto, casual. Todo bajo la guía bendita de la intuición.

En la persecución de -no sé bien qué finalidad- un sueño tal vez, me había hecho con varias cajas de cartón para utilizarlas en lo que eventualmente se me ocurriera. Tirar la basura, por ejemplo. Te digo, me la pasaba tanto en la acción como en la contemplación. A una caja le había recortado un recuadro, no sé para qué. Las cajas andaban por todas partes, así como los periódicos viejos. También tenía celofán. Habían quedado sobrantes unos pliegos y recortes en la locación, después de que se grabaron las tomas de lo que en su tiempo debió ser un video proto-indie.

Entonces, un día llego yo, al atardecer, con la visión constructivista en marcha, y descubro la alineación, repito, fortuita, de la luz que entra por la ventana de la habitación; los celofanes; los periódicos; la caja con la oquedad. El resultado era algo como el Vermeer, pero muy distinto. El celofán era azul, puedo recordarlo. La impresión me resultó de un agradable y la llamé: Televisor de lluvia. Varios años después de eso, en la galería de la ciudad monté una exposición con ese título, y me percaté esa noche, mientras celebraba, del agotamiento del concepto, de la imagen, de esa imagen particular. Y de la necesidad de dirigirme hacia otro punto.





11.7.14

Borges y las imágenes GIF



Apagué la computadora. Estaba exhausto. Había estado trabajando en una suerte de poemario. Diagramando, a un par de días para echar a andar la imprenta; algo situado entre la informalidad de la plaquette, y la edición considerada más seria, pero sencilla y todavía no demasiado costosa.

Así que, abrí una cerveza, me dirigí al cuarto de la televisión donde la imagen de Isidoro Borges cuelga montada en un poster de la pared -un recuerdo de Karen-, y me eché sobre un mueble ad hoc, encendiendo la pantalla con un gesto que quiso ser elegante, al pulsar el control remoto. (Siempre me pareció inquietante, por decir lo menos, la posibilidad de que el viejo Borges ”atisbara“ la programación por encima de mis hombros, o que estuviera escuchando.)

Inmediatamente pude constatar que me encontraba, o cansado, o más o menos tomado (lo que no entendía bien, pues no recordaba haber bebido tanto, si acaso unas cuantas latas), o las dos cosas.

Como dijo Pinky en el disco del enladrillado, atolondrado pero con confort. Planos de colores sólidos que representan volúmenes y relieves, se movían con dinamismo atravesando la así llamada pantalla, desde la que también brotaban sonidos de una música áspera y rockera. Música que servía de trasfondo a las voces estentóreas, casi gritos, con los que se identificaba el canal, junto a una consigna, como complemento y/o subtítulo de la empresa, del patrocinio. Algo así como “vamos a ganar”.

Supe que me encontraba viendo un canal deportivo, que se había quedado ahí, en el dial de la televisión, colgado desde la última vez que estuve haciendo lo mismo: buscando una distracción cómoda después de un esfuerzo continuado. Generalmente no veo los deportivos. De hecho, generalmente no veo la televisión tanto. Cuando lo hago, veo las películas de tercera que ahí se re-transmiten, pero deportes casi no. Sin embargo, en esta ocasión, no le cambié.

Mi atención había quedado, por así decirlo, como enganchada del va-y-viene del riff de la cortinilla identificatoria, unos acordes bastos de una guitarra con distorsión que se mezclaban con percusiones también con distorsión. Escuchaba eso pero no consciente. O no muy consciente. O sí. Es decir, eran muchas las impresiones registrándose. Se me ocurre: no tanto lo mullido de los cojines, y tal vez más la posición casi horizontal en la que me encontraba. Eso, y la consigna que se repetía, en un tono imperativo, prometiendo que el mundo sería nuestro. Pero también las animaciones, como dije, abstracciones difusas que se movían y desplazaban sin un fin aparente, una y otra vez.

No sé cuánto tiempo pasé así, pero debe haber sido un rato, como dijo Pinky, abrumado pero chido. “Vamos a ganar”, se repetía monótono sobreimponiéndose al resto de la vorágine digital. La voz, apremiante y ruda, me invitaba al drive. Pero ¿me decía a mí? ¿Era verdad que íbamos a ganar? No era claro el mensaje. ¿O tal vez me estaban amenazando y los que iban a ganar eran ellos?

Entonces comencé a sobreponerme. Y tratar de ubicarme. ¿Estoy borracho?, me dije. Mmm. ¿Qué estoy viendo? Estoy viendo un canal de deportes, ajá; están pasando la cortinilla que los identifica, sí; y estoy esperando para ver qué es lo que sigue ...

Pero la cortinilla volvía a iniciar, con los mismos movimientos y colores desplazándose, que hablaban de una exactitud difusa, fantasmagórica y algo distante; tanto, que después de varias veces perdían el encanto y parecían un poco estúpidos.


2.6.14

ESTÉTICAS SIMPLES


Reducir a lo fundamental. Quién lo pensara. En las escuelas de arte en Europa enseñan que el complemento ideal en cuanto diseño de interiores, es un soundtrack de gris plástico que acompañe al ciudadano del nuevo mundo en sus correrías cybertrónicas. Es un decir. Un arte decorativo, partículas de polvo suspendidas, como grecas viajando en el espacio. Ondulaciones y -por supuesto- frecuencias. Hago un recuento.

Ayer escuché argumentar a un tipo con problemas en la espalda baja, un profesional del minimalismo tech, con un nombre artístico sugestivo pero que hoy no recuerdo. Lo importante aquí es su posición, alejada del minimalismo ingenuo norteamericano surgido en los cincuentas, como él mismo dijo. En ese sentido, ellos -es decir, él y otros como él- son conscientes de provenir más bien del Bauhaus, esa escuela donde lo social se disuelve en la función. Lo suyo -dice- en cuanto composición es simplificar al máximo, y evadir a toda costa lo ornamentativo. Como si allí, precisamente, radicara el demonio. En pocas palabras -agrega-, reducir a la mínima expresión y aplicar reverb.

Vistiendo una camiseta negra, como todo vanguardista, el precursor desglosa su estética y menciona los fines que persigue con su música. Se trata de un minimalismo sensualista en todo caso, en donde lo que importa es aprender esas relaciones que se dan entre manipular un parámetro vía una perilla, y las emociones. De eso se trata nuestro Bauhaus.

Como lo veo, sí, la finalidad es afectar la mente en última instancia, pero lo hacemos mediante la afectación del cuerpo primero. Más fisiología. Por supuesto que puedes utilizar la música para relajarte, pero a mí me interesan más, por ejemplo, emociones como la inquietud y el miedo. Es por esto que a muchos les resulta inusual que yo sea un compositor que se refiere más a frecuencias, que a acordes o a notas.

Tengo mi equipo, y se trata de un equipo decente [risas], es de los mejores. Por eso no me interesa tomar partido. Pienso que la realidad es más compleja y no puedes estar pensando, por ejemplo, en trabajar únicamente para el socialismo. El asunto no es tan sencillo como para sintetizarse en dos frases, un slogan o un poema. Yo no voy a utilizar esas cosas en mi música.


17.1.14



 
                   What is This Thing Called Love                                       Carol Heifetz Neiman