12.3.11

 El arte de caer



Pocas cosas pertenecen tanto al ámbito de la vida misma y al no atendernos de ellas (cuando no somos afectados) como las caídas. En las noches, algunas veces, nos despertamos sobresaltados por la falta repentina de un sustrato fijo, un punto de apoyo. Sentimos que caemos, y por acto reflejo, nos espantamos, es decir, primero nos despertamos, con sobresalto. Muchas veces el espanto viene después, con retraso, como si quisiera dar tiempo a la asimilación. Muy gracioso, podemos pensar, después de calmarnos un momento e intentar dormir de nueva cuenta, preguntándonos: ¿Qué pasa, carajo? ¿Quién será el autor de bromas como ésta?

En este punto derivamos por aproximación a otro ejemplo, muy claro, de caída. Nos referimos a las caídas de la cama. Se deben mucho a un sueño inquieto tanto como a uno descuidado e ingenuo, en donde el sujeto de dicha gracia moviéndose ya por la superficie de la cama mientras duerme, rebasa uno de sus bordes y se ve despertado por el tema que tocamos.

Pero dejemos el mundo onírico y pasemos directamente a la vigilia. Caer es perder el equilibrio, perder suelo, en rigor. Caer así siempre es lo mismo pero hay distintas magnitudes de caída. Digámoslo de otro modo: una cosa es resbalar, y otra La caída de la casa Usher. Debido a la capacidad comprobada de las caídas de producir daño, éste puede ser moderado o de carácter definitivo, puede no pasar más allá de un sobresalto, o en cambio dejar varios golpes.

Pero no sólo el daño físico es lo que vuelve la experiencia de la caída algo negativo, algo que procuramos evitar. Es en ocasiones, el desplome del mundo externo, algo más grave que la caída de uno mismo.


Descripción de la caída

Personalmente, el tratar de recordar mi primera caída en la vida -cosa imposible si se deduce que estás comienzan, en ocasiones, mucho antes de que comencemos a caminar-, encuentro una, ocurrida a temprana edad. Recuerdo que ésta ocurrió en la sala de la casa de la abuela. La memoria en sí puede ser importante por que es la experiencia de un niño: a penas había aprendido a caminar cuando ya le daba a algunas correrías, como la que me encontraba elaborando cuando tropecé con algo, allá abajo, en los pies.1 Todo lo demás, como lo recuerdo, sucedió muy rápido. Yo corría, tropecé, y todo el mundo giró rápido haciendo que el piso se viniera súbito a la cabeza, produciendo tremendo golpe. Definitivamente desde mi perspectiva, el mundo se vino abajo.  


Anatomía del descenso

Se toma como un movimiento negativo descendente, siempre, y definitivamente es un sinónimo de Ruina. La caída del imperio Napoleónico fue un alivio para Europa, se escucha, pero en general, la caída es la aniquilación –que puede ser momentánea, como dijimos, súbita y hasta irreparable- de nuestros planes progresistas.


Pensemos ahora la existencia como dividiéndose en dos ejes: horizontal y vertical, como si de un mapa cartesiano se tratase. La horizontalidad es más común y pertenece al ámbito cotidiano por excelencia; circulamos, ya a pie ya en distintos vehículos sobre aceras y avenidas, siempre a nuestro destino. El progreso como avance, como un andar progresista. Pero por otra parte el momento de vértigo, es decir, de verticalidad, tiene dos acepciones: ascendente, o descendente.

Desde esta perspectiva podemos imaginar la vida como un constante caminar (mientras dura), accidentado. Esta es la visión de Laurie Anderson en una de sus canciones: Y es así, como podemos caminar y caer al mismo tiempo”.2 Desde este punto de vista vemos la naturaleza pedagógica de la caída, su necesidad y su urgencia, por decirlo de algún modo.


Dédalo

Fue el inventor del principio de la vela, desconocido hasta entonces para los hombres.3 Según Homero, había sido autor de la pista de baile de Ariadna, así como del laberinto de Creta. Dédalo era muy diestro. El mito cuenta que todo iba bien, pero, ¿por qué habría de desobedecerle Ícaro entonces, cuando más ocupaba que no le desobedeciera? Y por qué éste tuvo qué ignorar las advertencias paternas: “No vueles ni demasiado bajo… ni demasiado alto por que el sol derretirá tus alas”.

Las aerolíneas Ícaro Air, en Quito, Ecuador, han entendido tomar por el lado del humor la fama de la mitología. Por que el destino del hijo de una esclava y, Dédalo, el artífice y arquitecto, muestra contundentemente la naturaleza de una caída. Ícaro, ese muchacho que todo se lo tomaba a juego, pagó caro con su vida. Su leyenda se oscurece en este punto, pero en caso de haber sobrevivido a la caída, y su golpe por contacto, de todas maneras moriría ahogado, para estar a tono con las lágrimas de su padre, arriba, volando sobre el Ecuador.


La distinción entre unos meros ciclos del mundo y una verdadera apocastástasis

Ya habrían rebasado Samos, Delos y Lebintos, cuando inesperadamente “el muchacho empezó a ascender como si quisiese llegar al paraíso”. Caben varias explicaciones. Se esgrime que el orgullo, la egolatría y la vanidad se habrían apoderado de la cabeza del pobre Ícaro. Por lo general esta explicación conlleva una carga ética: las alas las construyó su padre, pero la desobediencia a éste, acarreó la ruina a Ícaro.

Otra explicación, menos común que la anterior, pinta a Ícaro, el que después de viajar más de la mitad de la ruta –deducido esto por las observaciones geográficas que se mencionan en el mito- en un vuelo sereno y admirable -pues ciertamente el volar con los artilugios de su padre, debió haber significado un esfuerzo, por pequeño que fuese-, habría perdido “la cabeza” debido a una intoxicación de oxígeno (hiperoxia). Está explicación podría hacernos ver a un Ícaro más consecuente y mesurado, probablemente, pero a fin de cuentas un ser que se ve atrapado por el destino, muriendo literalmente de un pasón.



Notas:

[1] Es por demás agregar que desde entonces, relaciono negativamente la experiencia del tropiezo a la de la caída.
[2] “…You're walking. And you don't always realize it, but you're always falling. With each step you fall forward slightly. And then catch yourself from falling. Over and over, you're falling. And then catching yourself from falling. And this is how you can be walking and falling at the same time.” Walking & Falling, Laurie Anderson
[3] Pausanias

10.3.11



Sonidos de electricidad, signos vitales, respiración, el tono de lada grave en otro escenario que aparece.

La nueva producción, La marcha del proceso, que resultó de una noche de inspiración y reconocimiento en darkWave -ese ambiente sencillo-, me ha sorprendido mucho a mí también. Sobre todo por el hecho de estar constituida en su elaboración a partir de una sóla fuente primaria de sonido, de la que, a partir de la manipulación artística de las variables en las distintas capas de un modelo de composición muy sencillo y siguiendo siempre un precepto íntimo, obtuve La marcha -enriquecida con un elemento "externo" al sistema, con la función de un contrapunto ya cerca del final de la pieza, es decir, funje como leimotiv de la precariedad y el vacío sobre el que se sustenta todo. Literalmente aparece la composición colgada en el medio. Y por otro lado, este carácter anecdótico del asunto ha cobrado tal robustez conceptual sostenida por la naturaleza y el carácter de la producción -y es esta parte a la que debo mi mayor asombro- que tiene que ver desde el juego del título, que en lugar de referirse al progreso -esa noción positiva- cuestiona al proceso mismo primero en orden de legitimar su pertinencia artística, esta puede ser una interpretación válida. Es decir, avanzar, muy bien, ¿pero a dónde? (de la inconveniencia de haber nacido). No es casual entonces escuchar el sonido de las palas, cavando en algún lugar húmedo y frío, confundidas con los pasos del ejercito de las naciones.