20.7.11

 He vuelto y constato que no veía apropiadamente. Termina de llover, son casi las siete y me dirijo a un cajero pues el día anterior la había pasado sin dinero. Maravillosa la mañana, forzoso es decirlo: húmeda, más bien mojada. Y oscura. Camino entre varios puestos cerrados de comida, el piso grasoso y con agua. Me asusta un bulto tirado en mi camino, cubierto con una cobija, junto a unas cubetas. Al llegar a la avenida, entonces sí mucho movimiento; muchos peatones y muchos autos. La humedad y la grasa en el piso pronto cambian al lodo debido a las construcciones que se realizan cerca de allí. El alumbrado en esa zona está interrumpido –debido a las mismas obras civiles. En la penumbra matutina, ayudada por las luces de los autos y camiones, que circulan en aprietos, se destacan dudosamente las cintas de advertencia, se pueden percibir las desviaciones y cómo todo está visiblemente alterado. Intervenciones urbanas les llaman. De pronto estoy caminando entre una zanja y el paso vehicular, tras unas señoras, que seguramente se dirigen a trabajar. El cajero más cercano está bloqueado por maquinaria pesada. Descubro a un trabajador que me mira desde arriba de uno de los camiones, con el orgullo propio –pienso- del artista contemporáneo. Desde ahí alcanzo a ver una cartulina verde pegada sobre la puerta del cajero electrónico, en la que -debido a lo inusual de la situación- se lee “fuera de servicio”. Me dirijo entonces al siguiente cajero, que se encuentra a unos quinientos metros de allí. Todo el camino es eso: circular junto al tajo en la tierra, las herramientas tiradas, plásticos y postes bajo la lluvia. Amanece, sí, pero ¿cuál es el saldo?