25.2.11



En el principio era yacer. Miras azul y verde y blanco; muchos blancos. El horizonte donde se funden el mar y el cielo. Los nubarrones y los destellos interminables de la luz azotando las aguas que -indiferentes- se bambolean al ritmo del espejismo de la bahía. Te dejas ir en ese sopor lúcido producto de un día en la playa con unas cervezas. Entrecierras los ojos pero sigues mirando agudo el panorama: verdiazul poblado de alfileres blancos. Parecía que el tiempo se hubiera detenido, y en ese momento te dabas cuenta. El zumbido del oleaje enano estaba ahí, constante. Ahora miras hasta el fondo unas islas que apenas se ven, y más allá nada. La neblina … Un barco comienza a penetrar en tu campo de visión pero sigues clavado en el horizonte. Se traslada lentamente y en silencio. Va a pasar frente a ti. Ahora lo ves con propiedad. Se recorta oscuro. Es un barco pequeño. Destacando en lo alto, lleva una bandera naranja que se agita con el viento. En ella se ve la figura de un oso avanzando. Asientes en silencio.