13.8.11

Hay una parte en todo esto que está muy bien montada y que aparece como el referente a toda esta coyuntura. La montaña de tubos, elevada sobre el suelo, se refleja en la artificialidad del lago dando lugar al coágulo animoso que parece bambolearse más decididamente dentro del espejismo en su conjunto.
Más atrás los letreros descomunales que te persiguen al abandonar los límites civiles y ciudadanos más allá del periférico [siempre que miro en esa dirección hay algo que me desagrada y siempre creo identificar el que reza “Ford”].

Las campanas vegetales –muchas- cantan sus ensueños por medio de sus bocas lascivas y amarillentas. Todo está muy fresco, casi húmedo, la visión es muy completa, un buen trabajo. En pocas palabras, el estado de ánimo es estable, un hielo con ternura, la visión por su parte se sostiene entera –el olor de las flores, la disposición del mecanismo, cartas que vemos y sabemos que cubren algo, la transmisión de una sóla sustancia cuando menos detrás de todo este set de utilería milagrosa, bella pero absurda.

Por que se diría que nos encontramos en un parque de diversiones, pero no hay nadie, evidentemente. El reflejo a veces púrpura, a veces no, que parece una boca que no quiero escuchar y que si quisiera no podría porque no se escucha nada a excepción de un siseo, un zumbido –probablemente los generadores del parque-, y mejor voltear a Ford y el rumbo desagradable de las autopistas que se pierden tras las montañas.