19.8.12
las competencias del autor
Probablemente había estado comportándome demasiado holgazán ultimamente, ya que aquella madrugada salté de la litera y antes de que nada, antes de un café o algo, me preparé para una excursión temprana hacia las laderas de las montañas que miro desde mi estudio.
Efectivamente lloviznaba y por un instante estuve a punto de regresar sobre mis pasos atemorizado un poco de llegar a enfermarme y que las cosas se salieran de mi control, pero me repuse en el acto y registré al final varias visiones, y un par de movimientos internos.
Una de las visiones consistió en el reflejo de una lámpara sobre la superficie del agua de una fuente. Superficie que se veía perturbada por las pequeñas gotas que caían sobre ella, dando a toda la imagen -el reflejo luminoso sobre todo- la apariencia de esas pinturas baratas donde el sol se asoma sobre el horizonte, que siempre es un mar donde se refleja -con mayor o menor suerte, dependiendo las habilidades y competencias del autor- y que para unos representa la mañana mientras que para otros corresponde al atardecer.
Es posible que haya sido el contraste entre esas pinturas dudosas y la visión nocturna que refiero lo que ayudó a la retención de la imagen, lo que precipitó, por así decirlo, el disparador de la mente.
Por otro lado, había cierta magia en ver esa agua cayendo en silencio sobre esa otra agua, también silenciosa. Cuando lo pienso ahora, me parece que ese sólo hecho debe significar algo. Como sea, mientras contemplaba aquello se me ocurrió filmar la acción, y me puse a repasar mentalmente la logística para ello, meramente en el afán de realizar un pequeño simulacro.
Todo resultaba muy sencillo: sólo había que colocar la cámara, sobre la misma línea de visión, desde donde veía todo aquello, en un lugar más cerca a la fuente. Y dadas las condiciones y peculiaridades de la locación, no se necesitaría ningún tipo de iluminación adicional o equipo, excepto un paraguas.
Después de eso tuve un presentimiento, una especie de déjà vu. Estuve seguro de que iba a suspirar. Estaba además efectivamente satisfecho, en la antesala del suspiro. Entonces, con rapidez, saqué un cigarro de mi chamarra y lo encendí.