12.7.12

sara





Sara era mi compañera en la secundaria. Siempre que evoco esta época me parece brumosa y gris, debido seguramente  a que no me parece demasiado atractiva. Por la misma razón pienso que no es mucho lo que pueda recordar de ella, pero de pronto me ha parecido un tema inspirador y un buen pretexto para escribir el día de hoy.

Sara era güera. Me parece que utilizaba lentes, pero no puedo estar seguro. Fleco y trenzas ocasionales. Incluso me parece que tenía una amiga albina, de quien, aunque lo intento, no recuerdo su nombre. Si acaso, la cara, un semblante bovino y sus pantorrillas blancas. La imagen que tengo de esos tres años es que las chicas siempre se sentaron delante, ocupando los primeros mesabancos, junto con los de baja estatura y uno que otro adulador.

En la última fila, es decir, hasta atrás del salón se sentaban los mas grandes, y claro, el resto de los indiciplinados.

Era una costumbre vieja. El salón de clases quedó dividido de esta forma mucho antes que nosotros tuvieramos nuestra oportunidad en esa escuela, entre los de adelante y los de atrás. Se puede decir que era una tradición, en el mismo sentido que se utilizaban el uniforme y los reglamentos en general.

La escuela se había caracterizado hacía ya mucho precisamente por una reputación que estaba basada en los principios y los valores, pero de ella ahora sólo quedaba una fama un tanto difusa y torcida de aquellos tiempos.

Sara era aplicada. Estudiaba con ganas, en lo que me parece un poco más de lo normal, para encajar en el grupo de los que se han llamado los macheteros, también de manera tradicional. Siempre me ha llamado su tipo. Es curioso que la imagen de su rostro blanco se me revele ahora, con el cuello girado al voltear hacia atrás, con un gesto entre amenaza y regaño.

Algunos de los macheteros lograban acercarse a la excelencia a un alto precio: día y noche memorizando contenidos. Sara entraba en la dinámica y era de alguna forma puntera, pero no era de las mejores. Acaso, de las más aplicadas.

Consciente de la situación, no era tonta, Sara de inmediato se sumó a las filas de los que se acercaban lisonjeramente a los maestros o maestras con la esperanza del punto extra. En aquella época se hablaba de ellos como de barberos. En esto era valiente y no dudaba en delatar a sus compañeros con tal de ganarse el favor en sus calificaciones. Aun así, volvía su mirada adusta, con el ceño fruncido, molesta porque algunos, o muchos, no la siguiéramos en su juego, porque  no asumiéramos la ficción.

Desde que salí de ese lugar, hace ya mucho tiempo, no he vuelto a ver a nadie de ese entonces, y es posible que me de gusto. Sin embargo, en ocasiones llego a preguntarme sobre el destino de esa mujer. Nunca tuve muchos elementos acerca de su vida como para figurarme su destino, excepto que era de clase media, igual que yo.